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  • Foto del escritorRoberto Granados

No creas todo lo que crees


Photo by Evan Dennis on Unsplash

La percepción marca el camino. Absolutamente todo lo que vivimos lo vamos catalogando, y contando – a los demás y a nosotros mismos – a partir de lo que percibimos. Un viaje, por ejemplo, puede significar alegría, reflexión, tristeza, dificultad, melancolía o indiferencia, dependiendo a quien se le pregunte su experiencia. A partir de sucesos vividos, vamos dándole forma a nuestra existencia. Así como vamos significando cada situación que vivimos, la humanidad, como especie, ha ido creando sus propios significados, sus propios relatos.


Desde que el ser humano vive en sociedad, empezó a crear relatos que le fueron ayudando a encontrar su propio lugar en el mundo; el denominador común de todos estos relatos es que se encuentran basados en la ficción. A partir de los relatos creados, se forman acuerdos y se construyen creencias que van moldeando la vida en sociedad, y la de cada persona; cada quien decide qué creer, a quién creerle y actuar en consecuencia. Hay relatos de toda índole: en la India, las vacas son sagradas, e intocables; en el reino animal, el Rey de la Selva es el león; millones de personas creen en la vida después de la muerte, otros cuantos millones no; o qué decir del relato del dinero, el cual surgió a partir de dotar de un poder inusual a un pedazo de papel.


Cada relato, una forma de entender al mundo; sin embargo, muchas veces transitamos por la vida a ciegas, sin cuestionar, ni reflexionar lo que pensamos y creemos de nosotros mismos y el mundo. El hecho de que muchos lo crean, ¿significa que nosotros también debemos creerlo? ¿hay ideas que valen más que otras? En su libro ‘Leer la Mente’, Jorge Volpi asegura que las ideas carecen de amo. Si ninguna idea tiene dueño, no hay razón de aferrarse a cada idea de por vida.


Las vacas sagradas, el Rey de la Selva, la vida después de la muerte y el dinero son sólo cuatro ejemplos de entre millones de manifestaciones creativas del ser humano, capaz de generar historias profundas que trascienden generaciones, y moldean sociedades. (Para mayor referencia en historias de ficción poderosas y determinantes, basta googlear acerca de la mitología griega o mesoamericana). Ninguna historia es creada de origen, cada una está previamente influenciada por alguna otra. Por poner un ejemplo: el relato, socialmente consensuado, de la existencia de países – con sus banderas, himnos, fronteras e ideologías políticas – puede ser rastreado hasta la época de las cavernas, donde una tribu buscaba generar su propia identidad respecto a otras.


La capacidad de crear historias es inherente, en su conjunto, a todas las sociedades y, en particular, a todos los seres humanos. Si bien hay algunos humanos creadores de relatos de influencia mundial, todos, a cada momento, estamos generando historias. Tal vez las historias que creamos – de crear, y de creer – no terminarán por definir a la sociedad del Siglo XXI (o tal vez sí…), lo que es un hecho es que las historias que cada quien crea sí definen aspectos esenciales de la existencia: quién eres, cómo te comportas, en qué y quiénes confías, qué buscas de la vida, qué estás dispuesto a sacrificar y qué no.


Creamos historias a partir de nuestras creencias. Y viceversa. Así es como de a poco cada ser humano va creando, y creyendo, sus propias ideas: “Soy buen amigo”, “todo me sale mal”, “cada vez me va mejor”, “no lo merezco”, “no soy suficiente”, “nadie me merece”, “no estoy hecho para esto”, “no puedo cambiar”, “tengo éxito”, “no me divierto sin tomar alcohol”, “no necesito ayuda”, “creo en Dios”, “soy optimista”, “prefiero amar”, “tengo la razón”. Cada relato personal va definiendo el camino de la vida.


Son cada una de las ideas concebidas, sobre uno mismo y sobre el mundo, lo que va generando identidad; sin embargo, nadie es producto terminado, y bajo la premisa de que la única constante es el cambio, es conveniente hacer un alto y, en lugar de ir por la vida asegurando lo que creemos de nosotros mismos, observar cada idea: abrazar las que en este momento funcionan y desechar aquellas que no hacen más que frenar el desarrollo.


No tiene caso alguno aferrarse a ideas que, en el fondo, y por más que parezca lo contrario, ni siquiera nos pertenecen…las ideas carecen de amo. Antes de empezar a cuestionar la religión, al presidente, a los vecinos, los compañeros de trabajo, la pareja o los papás, iniciemos, de forma individual, por cuestionar nuestras propias creencias. ¿Desde dónde las creas? ¿A partir de qué, o quién, las crees? ¿Tus creencias te han llevado a la vida que quieres? ¿Qué quieres? ¿En verdad crees en lo que quieres?


Si la vida se compone de relatos, más vale ir revisándolos y, de ser posible, reescribirlos. No podemos modificar el significado del dinero, ni saber si el león se cree merecedor de ser el Rey de la Selva, tampoco está a nuestro alcance transformar el relato de lo que significa cada nación. Lo que sí podemos es cuestionar nuestro lugar en el mundo, revisar nuestras creencias y crear nuevos relatos de nosotros mismos. Creer, actuar, cuestionarse y reinventarse…de eso se trata. Una vida sin ser cuestionada, es una vida desperdiciada.


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