
De vez en cuando surgen sensaciones contradictorias. Suelen aparecer a partir de tomar una decisión. Una de esas decisiones que cimbran el camino o, al menos desde tu corazón, tienes la intuición de que pueden significar un cambio de dirección. De esos giros que, por más planeados que estén, no dejan de sentirse repentinos. Y cómo no van a serlo, si cualquier modificación a nuestro estilo de vida, detona consecuencias y nos obliga a actuar distinto. En el teatro de la vida, estamos muy acostumbrados a desempeñar un papel, cuando el guión se transforma, no queda de otra más que soportar la incomodidad de aprenderse otros diálogos, hacer nuevas muecas, utilizar otro vestuario...cambiar. Cualquier cambio, por más anhelado, es incómodo.
Es ahí, en el preámbulo de comenzar a transitar un nuevo camino, cuando surgen infinidad de sensaciones. Las sensaciones contradictorias. Es como ir al espacio. No conozco directamente a alguien que lo haya hecho; sin embargo, puedo imaginar el terror que debe sentir una persona que decide alejarse del mundo, literal. Soltar todo lo conocido: su familia, sus costumbres, sus amigos, su lugar favorito, su casa, una ducha larga, el olor a tierra mojada, los ladridos de los perros, ir a conciertos, probar comida nueva, disfrutar de una noche tranquila (en el espacio el Sol sale y se pone cada 90 minutos), la lluvia, el aire, el mar...la gravedad.
Quedarse sin gravedad como ejemplo para realmente entender lo que significa aventarse al vacío sin la certeza de que, algún día, volverá a aparecer el piso. En el espacio no hay piso. Ni oxígeno. Aún así, y a pesar de lo arriesgado que es subirse a una nave espacial, dejar la Tierra, y adentrarse a territorio absolutamente desconocido, hay cientos de personas que lo han hecho, y otros tantos preparándose para ello. Imagino la última caminata terrestre de un astronauta listo para dejar la gravedad. La última caminata no es junto a su familia, corriendo con su perro o disfrutando de la lluvia. La última caminata es portando un traje de 127 kilos, con el corazón desbocado y la mente a mil por hora, subiendo por un elevador dando pasos firmes rumbo al valle de la incertidumbre llamado espacio exterior.
El preludio a lo desconocido incluye una angustiosa cuenta regresiva. Diez. Motivación por comenzar; miedo por lo que pueda pasar. Nueve. Manos sudorosas, concentración absoluta. Ocho. Satisfacción por lo logrado; angustia por ir al espacio. Siete. Piernas temblorosas, respiración entrecortada. Seis. Nostalgia por dejar lo conocido; curiosidad por descubrir nuevos caminos. Cinco. Rigidez en las piernas, flexibilidad en los brazos. Cuatro. Calma y frenesí. Tres. Relajación en el pecho, presión en la cabeza. Dos. Recuerdos del pasado; enfoque en el presente. Uno. No hay vuelta atrás. Despegue. Adiós, gravedad.
Con cada metro ascendido, aumenta el grado de incertidumbre. A mayor incertidumbre, incrementa la sensación de fragilidad. Aceptarse frágil sólo puede sostenerse siendo valiente. Ante el caldo de sensaciones —físicas y emocionales —contradictorias, la única opción es confiar. Confiar y respirar profundo. En el espacio no hay oxígeno: nada más queda confiar. En lo trabajado. En lo aprendido. En lo entrenado. En lo previamente conseguido. Confiar en uno mismo, y en los demás.
Viajar al espacio exterior, con todas las contradicciones emocionales que surgen, no es del todo distinto a la vida en la Tierra. No hace falta prescindir de la gravedad y portar un traje de 127 kilos para sentirse frágil, vulnerable, a la deriva y con sentimientos encontrados; no es necesario ir al espacio exterior para ver de frente a la incertidumbre. En el fondo (ni tan en el fondo) todos somos astronautas, explorando el mundo con el único afán de descubrir, y sobrevivir. Para descubrir hace falta ser curioso, humilde, estar despierto y dispuesto; para sobrevivir hace falta a veces aislarse, luego ser amigable, en ocasiones enojarse, en otros momentos sensibilizarse. Ante cada situación vamos portando diferentes trajes. ¿Qué trajes sueles utilizar? ¿Cuáles te pesan más?
Todos vamos con nuestra propia cuenta regresiva desfilando rumbo a lo desconocido: mudarse de casa, renunciar al trabajo, vivir en otro país, decirle adiós a un ser querido, casarse, divorciarse, cambiar de giro profesional, tener un hijo, hacer un examen...volver a empezar. La próxima vez que te suden las manos, te tiemblen las piernas, se te corte la voz, sientas nostalgia o curiosidad, recuerda que todos somos astronautas, y actúa en consecuencia. Salta y explora sin miedo a caer, con la certeza de que jamás volverás a tocar el piso, pero con la ilusión de creer que algún día el viaje te llevará de nuevo a territorio conocido. La única forma de hacer conocido lo desconocido es aventándose a hacer cosas nuevas. Explorar la novedad implica un viaje a lo profundo, sólo ahí, en tu interior, es posible encontrar otros planetas, otros universos, nuevas estrellas.
Viajar a lo profundo de nuestro interior para entender cómo reaccionamos en el mundo exterior. Afrontar la vida, con sus dolorosas sorpresas, sus peculiares contradicciones y sus instantes memorables con la tranquilidad de contar con el respaldo de la gravedad. Sin importar el salto, la cuenta regresiva, o las sensaciones contradictorias, el piso tarde o temprano aparecerá. Si no lo hace, en la Tierra siempre hay oxígeno...en todo momento es posible respirar, seguir explorando y volver confiar.
Confiar para viajar….al infinito, y más allá.
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