Un puente es un hombre cruzando un puente Julio Cortázar
La vida se compone de relatos. Cada acontecimiento es en sí mismo una historia, la cual viene derivada de un suceso anterior. De alguna u otra forma cada situación en la vida se conecta con la siguiente. La existencia como un mundo infinito de puentes, los cuales, en conjunto, labran el sendero de la vida de cada ser humano.
Cada puente es evidencia de una experiencia vivida: el puente de la incertidumbre, que a cada paso –cual puente colgante – se mueve a todos lados y parece desvanecerse; el puente del dolor, sinuoso y espinoso trayecto que con cada metro recorrido parece nunca terminar; el puente de la alegría, de esos que se construyen alto para alcanzar las estrellas y, al mismo tiempo, ver todas las maravillas que te rodean.
La variedad de puentes y destinos es tan diversa como la vida misma; ningún puente es igual al anterior. Cada uno tiene colores, materiales, alturas y distancias distintas, y no podía ser de otra forma, pues cada experiencia y lección en la vida es única e irrepetible. Contrario a los puentes que utilizamos en la vida cotidiana, que primero se construyen y luego se atraviesan, los puentes de la vida se van creando conforme se cruzan. Cada paso va formando los cimientos y mirar hacia atrás, para ver lo construido, sirve para entender la experiencia vivida.
Experiencias…la vida se compone de ellas. No han sido pocas las ocasiones en las que mi papá, sabio por naturaleza, me ha dicho: “A la vida venimos a experimentar”. La profundidad de la frase es tal que, cada que la escucho, me hace reflexionar: de nada sirve venir a este mundo a quedarse quieto, qué desperdicio cruzar el mismo tipo de puentes una y otra vez.
A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de atravesar diferentes tipos de puentes: amistad, rechazo, dolor, alegría, satisfacción, tristeza, paz, amor, tranquilidad, miedo…por mencionar algunos; sin embargo, hay uno en particular que cuando lo descubrí y lo comencé a cruzar, rápidamente noté que, por más que avance, no tiene final: el puente del autoconocimiento.
Si algo le agradezco a la vida es haberme dado la oportunidad de comenzar a cruzar el puente del autoconocimiento. Fue a partir de dar pasos sobre esta plataforma infinita como he ido decidiendo qué hacer con mi vida.Conforme caminaba por el puente valoré a mi familia, en algunos otros pasajes descubrí mis potenciales, también me encontré con mis demonios, mis miedos y mis vergüenzas. En una parte del interminable trayecto, luego de escuchar mi corazón, decidí darle un giro a mi vida: dejar el periodismo deportivo –puente que elegí cruzar desde que era un niño – para encontrar un nuevo sendero.
El cambio no fue sencillo. En primer lugar me encontré solo, con más dudas que certezas, cruzando el puente de la incertidumbre. Llegó la noche y me encontré de frente con mi miedo a fracasar. A pesar de la densa niebla – producto de mis confusiones – y la lluvia torrencial de cuestionamientos externos, tuve el valor de confiar; de a poco, siguiendo el latido de mi corazón, encontré una ruta inédita para mí. Fue así como terminé de pie frente a un nuevo puente que cruzar, llamado “Especialidad en Desarrollo Humano”.
El puente, si bien novedoso y con un paisaje intrigante, no me era del todo desconocido. No tuve que dar muchos pasos para que la construcción se transformara y me dejara de nuevo transitando en el puente infinito del autoconocimiento. Cual fue mi sorpresa que unos metros más adelante, luego de encontrarme con sensaciones, lugares y paisajes muy conocidos, el camino se volvió a transformar.
El puente de la Especialidad en Desarrollo Humano, que se transformó en el puente del autoconocimiento, empezó a descender. Y yo con él. Con cada clase, con cada lectura, con cada ejercicio y con cada sesión de terapia – tan necesaria –, el puente del autoconocimiento empezó a ir cada vez más profundo. Tan profundo, que llegó un instante que me sentí perdido, en un camino absolutamente desconocido para mí.
Ahí, en medio de la profundidad de lo desconocido comenzaron a surgir nuevos colores, nuevos paisajes, nuevas situaciones…nuevos cuestionamientos. A mi mente y corazón llegaron preguntas que ya me había hecho, pero que nunca antes las había reflexionado con tal profundidad ¿Qué siento? ¿Cuáles son mis virtudes? ¿Cuáles son mis defensas? ¿Cómo aparezco ante el mundo? ¿Cuál es mi misión? ¿Qué me da miedo? ¿Qué es el miedo? ¿Cuáles son mis dones? ¿Qué puedo aportar? ¿Qué creo de mí? ¿Quién soy? Y ahí, en medio de cada pregunta me encontré con mi vulnerabilidad.
Cuando me topé de frente con mi vulnerabilidad, el puente se volvió a transformar. Bastó dar un paso para que el puente del autoconocimiento dejara las profundidades y volviera a elevarse. Conforme iba subiendo, a la distancia vi otros puentes que he cruzado antes: a mi derecha vislumbré el puente de la alegría; detrás de una montaña noté que estaba el puente de la fragilidad; junto a un lago, el puente de la tranquilidad; sombrío, sobre la nada, vi el puente del miedo; firme y a mi izquierda, divisé el puente de la amistad; por lo alto entre las nubes, contemplé el puente del amor; en medio de un bosque, distinguí el puente de la nobleza. Cual fue mi asombro que, con cada paso que daba, el puente en el que me encontraba subía más y más, al grado que dejé de ver todos los puentes por los que he transitado a lo largo de mi vida.
Llegar tan alto me asustó. El puente, como la vida, se va construyendo a cada paso, por lo que estar frente al mismísimo abismo hizo sentirme vulnerable de pies a cabeza. En otro momento de mi vida habría decidido parar, esta vez confié en que nada podía pasarme. El puente de la Especialidad en Desarrollo Humano, que se transformó en el puente del autoconocimiento, que descendió sólo para luego elevarse a una altura insospechada, se convirtió en el puente de la vulnerabilidad.
Y ahí, parado sobre el puente de la vulnerabilidad, entendí. Caminar con la conciencia de que puedo vivir con empatía, congruencia y consideración positiva incondicional no tiene otra consecuencia que sentirme vulnerable. Ser vulnerable no es otra cosa que aparecer tal y como soy: con mis cualidades y mis debilidades; con mis logros y mis vergüenzas; con mis aciertos y mis errores; con mis dudas y certezas; con mis sueños y mis miedos. Vivir con el corazón abierto, que sólo así he aprendido a volver a ver. Ver con la mirada del amor, ver con la mirada de la compasión. Ser amoroso, ser gentil, ser auténtico…ser vulnerable. Ser vulnerable me conecta. Conmigo. Con otros. Con el mundo. Ser vulnerable me conecta con la vida.
El puente de la Especialidad en Desarrollo Humano, que se transformó en el puente del autoconocimiento, que descendió sólo para luego elevarse a una altura insospechada, que se convirtió en el puente de la vulnerabilidad y que me abrió los ojos a ver el mundo desde otra perspectiva…se transformó en el puente de la vida.
Ahora comprendo que la vida se compone de relatos, pero todos derivan en un mismo y único puente: el puente de la vida. El puente que es luz a mitad de la noche. El puente que es principio y fin. El puente que es soledad y encuentro. El puente que pregunta, pero también responde. El puente que obliga a ir profundo para elevarse. El puente que se reinventa incluso sin dar un solo paso. El puente de la vida…el puente que no existe hasta que lo experimentas, como el puente de Cortázar...que sólo existe cuando lo cruzas.
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