Hace algunos años, ocho para ser exactos, descubrí una canción o, tal vez, ella me descubrió a mí. Volver a ver, se llama. Desde el título me gustó, y cómo no iba a hacerlo si –desde que tengo memoria– la vista ha sido mi gran aliada. Escuchar la melodía, y sobre todo la letra, no hizo más que confirmar mi intuición.
“Volver a ver” habla de viajar. En el clímax de la canción, en el coro, el joven Siddharta –su relación con el Buda acaba y empieza con su nombre– canta atinadamente: “Viajé para perder el miedo a dejarme caer. Viajé, para volver a ver”, lo cual no hacía más que emocionarme.
Es en los viajes, fuera de territorio conocido, donde he descubierto con mayor claridad quién soy, de qué soy capaz, qué miedos me persiguen, qué talentos tengo y qué defectos cargo. Es en los viajes, fuera de territorio conocido, donde me he topado con otras creencias, diferentes idiomas, distintas maneras de comunicarse, diversos rituales. Todo te obliga a estar aquí y ahora. Estar aquí y ahora –el presente, qué le llaman– no hace más que ayudar a descubrir quién eres.
Si los viajes tienen una constante, esa es la novedad. Al transitar por lugares y descubrir rituales ajenos a lo cotidiano, no queda más que estar atento a lo que está pasando. Poner atención para bajarse en la estación de metro correcta, cruzar la calle sin romper las reglas, aprender a saludar sin importunar (que dar abrazos no es bien visto en todos lados)….novedad, novedad, novedad. Es a partir de los viajes como se vuelve a ver…resignificar, una y otra vez, lo qué pasa a tu alrededor.
Volver a ver. Esa frase se convirtió en mi ancla para entender lo que viajar significa. Subir a un avión, descubrir una ciudad, hablar a señas. Perderse y divertirse, perderse y preocuparse, perderse y encontrarse…Viajar…vivir. Viajar como vehículo para descubrir. Viajar para volver a ver. Eso pensaba, hasta hace unas semanas. El ancla de “Volver a Ver” se zafó. Más bien, la zafé. Cambiar el significado de tan emblemática frase no estaba en los planes, que para mí volver a ver no tenía otra representación más que viajar…viajar lejos.
La vida, con sus misterios y coincidencias, me ha llevado por nuevos caminos y uno de ellos me ayudó a entender que volver a ver no se trata de viajar lejos, hacia afuera, se trata de viajar profundo, hacia adentro. ¿Cómo veo? ¿Dónde pongo mi atención? ¿Qué de todo lo que pasa a mi alrededor decido ver? ¿Qué opto por ignorar? Estas fueron algunas de las preguntas que comenzaron a resonar en mi cabeza. Las respuestas, que de variadas, infinitas, me fueron abriendo la vista.
Primero valoré: qué fortuna abrir los ojos todos los días con la certeza de poder ver; luego, agradecí: qué privilegio poder percibir con la vista lo que pasa a mi alrededor; después, comprendí: no hace falta abrir los ojos para ver; finalmente, entendí: no hace falta dejar de ver para estar ciego. Todos vemos parcialmente, vemos lo que nos conviene y solemos olvidarnos de la visión de los demás.
Basta un ejemplo ¿quién ve a los ciegos? En una sociedad cada día más visual, la realidad de quienes no pueden hacer uso del sentido de la vista es por demás compleja. En un mundo cada día más acostumbrado a lo inmediato, a lo superficial y a lo individual, hacen falta espacios de introspección. Momentos de exploración interior, viajar para ver qué hay adentro como respuesta para aprender a ver lo que hay afuera.
Ver, lo que significa ver, va más allá de identificar colores, medir espacios, detectar luces y significar objetos. Frente a la indiferencia, volver a ver nos acerca. Ver sin juzgar, ver sin condicionar, ver sin comparar, ver sin exigir, ver sin imponer, ver sin reclamar, ver sin proyectar…ver sin tener que mirar. Para volver a ver hay que viajar, y descubrir a cada paso que ver tiene otra respuesta: te respeto, te saludo, te honro, te reconozco, te acompaño, te valoro, te considero, te recibo, te comprendo…te veo. Te veo y me conecto. Te veo y me veo.
No hace falta hacer maletas, perderte y encontrarte en una ciudad extraña o subirte a un avión para emprender el viaje más importante de tu vida. Sólo se requiere valentía. Valentía para transitar el infinito camino del autoconocimiento; valentía para viajar a tu interior y descubrir que no siempre tienes la razón; valentía para verte de frente, sin máscaras ni justificaciones; valentía para embarcarte en la aventura de explorar lo que guarda el corazón. Viajar para volver a ver…Viajar, para volverte a encontrar.
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